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AMLOTECH, la saga de la lucha contra el espuriato...

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Acuesten a los niños porque empezaremos a hablar de temas de humillación energética - qué mieeedo!.

Marcelo Ebrard encara la posicion del "Gobierno" federal, y critica las politicas vergonzosas que ha seguido el "bread" con respecto a PEMEX. Muy buen video!


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6.4.08

Libro de la Politica: Fin de fiesta? Que va!

Carlos Monsivais
La Jornada.
Frases del coctel de la tristeza cínica

“El tipo éste se ha desacreditado tanto que ya se libró de muchas consecuencias de todas sus bribonadas. Ya quedó claro: lo peor que le puede pasar a un sujeto de ‘alto nivel’ acusado de fraude y con pruebas irrefutables, es que lo rehabiliten moralmente luego de un gran escándalo, no que lo declaren inocente, eso da igual, sino que alguien lo crea de veras. Cuando eso sucede ya nadie le confía”.
“Luego del escandalazo, del espectáculo del arresto, de los meses en la cárcel, de la fianza monstruosa que pagó como de rayo, creí que estaba liquidado por lo menos socialmente. Con sus millones y millones, pero desacreditado. Pero vino la boda de su sobrina, se presentó como si nada, ¿y qué crees? Que le aplauden puestos de pie, lo abrazan y lo premian con carcajadas, y era la buena sociedad de Tabasco y Yucatán. Y me convencí: el escándalo con pruebas es medalla de mala conducta, pero ahora la gente nomás se fija en la medalla”.

Que suenen las campanas aunque sea a pedradas

“Vergüenza es ser pobre, lo demás es meritorio”. Sin estas palabras pero con pleno festejo de su sentido, los grupos dominantes de estos años han impulsado la operación mistificadora, cuya moraleja resplandece: nada encumbra más que sobrevivir al descrédito porque ¿qué se lleva uno a la tumba, diplomas de buena conducta, atrasos en el pago de la renta, minutos de silencio de los compañeros de trabajo, el orgullo expresado entre sollozos de viudas y huérfanos?
No, lo que se traslada a la cremación es la certeza: la trayectoria del finado se convertirá en causa de envanecimiento de deudos y periodistas de paga. Sí, sí robó, sí promovió el ecocidio, hizo el mal mientras vivió, ¿y a quién carajos le importa? Digo, ¿a quién le importa lo que se diga fuera de la élite?

Siempre ha sido así porque, ni caso tiene insistir, la única verdadera mancha es la pobreza. Un empresario neoliberal saqueador (pleonasmo) localiza sus nuevas actas bautismales (el adjetivo debe ser beatífico) cada que adquiere o inaugura otra empresa, obtiene una resolución favorable de algún juez íntegro y vaya que los hay, acrecienta su colección de amparos que no le desamparan ni de noche ni de día, se asocia, acto seguido, con otros de su especie y el día que anuncian la fusión de empresas invoca ante los medios su calidad moral que sella la seriedad de sus intenciones.

Esa es la tarea de empresarios y políticos (por si se trata de especies distintas) el nacer de nuevo, el hacerlo cada que se puede, el desafiar a los que todavía creen en la justicia como si ésta no fuera, en el detalle y por regla general, la alabanza de los poderosos, y mejor no sigo por este camino.
Cito grupos y nombres como exorcismos fallidos: los robolucionarios de las primeras décadas del siglo XX, el grupo en torno al presidente Miguel Alemán Valdés que tomaba cursos de caligrafía para darse prisa en la firma de contratos, los gobernadores asociados con fraccionadores y talabosques (y casi siempre fraccionadores y talabosques ellos mismos), los funcionarios de la Secretaría del Trabajo urgidos de afirmar la anticonstitucionalidad de las huelgas y de oponerse a los más precarios aumentos del salario mínimo, los funcionarios y contratistas que se daban y se dan tiempo de otra chamba y eran o son simultáneamente funcionarios y contratistas (de Carlos Hank González a Juan Camilo Mouriño), los funcionarios que otorgan permiso de construcción a partir de una certeza: lo que tiene que caerse se derrumbará, los legalizadores del robo de tierras ejidales, los que privatizan las playas, los que arman fraudes como maravillas de la Antigüedad. Los Jardines Colgantes de San Francisco del Rincón.

“La impunidad de los ricos nos hace más mexicanos porque nos hace más sufridos y aguantadores”

Menciono ejemplos recientes, y no por el afán de promoverlos que ni falta les hace: Arturo Montiel, ex gobernador del estado de México; los hermanos Bribiesca Sahagún; el gobernador de Puebla, Mario Marín; el gobernador de Oaxaca, Ulises Ruiz; el empresario Carlos Cabal Peniche, el empresario y casi político Jorge Hank Rhon, el empresario Kamel Nacif…
¿Qué les ha pasado? Fuera de Kamel, que ya no conseguirá la portada de revistas o suplementos de sociales, los demás combinan el éxito social con el auge de su desprestigio. Pero todo lo compensa el aura triunfal, esa sensación de que la ley les hace lo que el viento a las finanzas, lo que el viento a las comidas en Polanco. Una y otra vez lo repiten desde sus fotos de sonrisas de burla y desdén: si el dinero es la medida de todas las cosas, entonces por favor, ustedes los críticos y los promotores de las denuncias, sepan que nomás no la hacen. Si se fijan bien, la mala fama es casi la única fama disponible en la cumbre.
Friéguense, chatos. ¿Qué no han percibido que pasan los siglos y en una cosa la sociedad no cambia ni puede cambiar: el poder y el dinero son exactamente lo mismo, y mientras dure esta santa alianza, los críticos y las pruebas contundentes de latrocinio y estafa y el resentimiento en la moral y lo que ustedes quieran y gusten, simplemente, ni en cuenta. Aquí viene la liturgia: exigimos juicio político, demandamos una fiscalía especial, que se envíe el caso a la Suprema Corte de Justicia… Y de nuevo el vacío, y los gritos de ¡justicia! se vuelven rumores histéricos, y las denuncias se aletargan en la desesperación.
Porque, ¿para qué se hicieron los grandes bufetes de abogados penalistas, de especialistas en derecho fiscal, de magos del amparo? ¿Con qué objeto se inventaron las conciencias adormiladas en las secretarías de Estado, y allí quédate?

¿Para qué se inventó la realidad si no para ponerla a salvo de la demanda de justicia?Frases del coctel de la tristeza cínica
“El tipo éste se ha desacreditado tanto que ya se libró de muchas consecuencias de todas sus bribonadas. Ya quedó claro: lo peor que le puede pasar a un sujeto de ‘alto nivel’ acusado de fraude y con pruebas irrefutables, es que lo rehabiliten moralmente luego de un gran escándalo, no que lo declaren inocente, eso da igual, sino que alguien lo crea de veras. Cuando eso sucede ya nadie le confía”.
“Luego del escandalazo, del espectáculo del arresto, de los meses en la cárcel, de la fianza monstruosa que pagó como de rayo, creí que estaba liquidado por lo menos socialmente. Con sus millones y millones, pero desacreditado. Pero vino la boda de su sobrina, se presentó como si nada, ¿y qué crees? Que le aplauden puestos de pie, lo abrazan y lo premian con carcajadas, y era la buena sociedad de Tabasco y Yucatán. Y me convencí: el escándalo con pruebas es medalla de mala conducta, pero ahora la gente nomás se fija en la medalla”.
Que suenen las campanas aunque sea a pedradas
“Vergüenza es ser pobre, lo demás es meritorio”. Sin estas palabras pero con pleno festejo de su sentido, los grupos dominantes de estos años han impulsado la operación mistificadora, cuya moraleja resplandece: nada encumbra más que sobrevivir al descrédito porque ¿qué se lleva uno a la tumba, diplomas de buena conducta, atrasos en el pago de la renta, minutos de silencio de los compañeros de trabajo, el orgullo expresado entre sollozos de viudas y huérfanos?
No, lo que se traslada a la cremación es la certeza: la trayectoria del finado se convertirá en causa de envanecimiento de deudos y periodistas de paga. Sí, sí robó, sí promovió el ecocidio, hizo el mal mientras vivió, ¿y a quién carajos le importa? Digo, ¿a quién le importa lo que se diga fuera de la élite?
Siempre ha sido así porque, ni caso tiene insistir, la única verdadera mancha es la pobreza. Un empresario neoliberal saqueador (pleonasmo) localiza sus nuevas actas bautismales (el adjetivo debe ser beatífico) cada que adquiere o inaugura otra empresa, obtiene una resolución favorable de algún juez íntegro y vaya que los hay, acrecienta su colección de amparos que no le desamparan ni de noche ni de día, se asocia, acto seguido, con otros de su especie y el día que anuncian la fusión de empresas invoca ante los medios su calidad moral que sella la seriedad de sus intenciones.

Esa es la tarea de empresarios y políticos (por si se trata de especies distintas) el nacer de nuevo, el hacerlo cada que se puede, el desafiar a los que todavía creen en la justicia como si ésta no fuera, en el detalle y por regla general, la alabanza de los poderosos, y mejor no sigo por este camino.
Cito grupos y nombres como exorcismos fallidos: los robolucionarios de las primeras décadas del siglo XX, el grupo en torno al presidente Miguel Alemán Valdés que tomaba cursos de caligrafía para darse prisa en la firma de contratos, los gobernadores asociados con fraccionadores y talabosques (y casi siempre fraccionadores y talabosques ellos mismos), los funcionarios de la Secretaría del Trabajo urgidos de afirmar la anticonstitucionalidad de las huelgas y de oponerse a los más precarios aumentos del salario mínimo, los funcionarios y contratistas que se daban y se dan tiempo de otra chamba y eran o son simultáneamente funcionarios y contratistas (de Carlos Hank González a Juan Camilo Mouriño), los funcionarios que otorgan permiso de construcción a partir de una certeza: lo que tiene que caerse se derrumbará, los legalizadores del robo de tierras ejidales, los que privatizan las playas, los que arman fraudes como maravillas de la Antigüedad. Los Jardines Colgantes de San Francisco del Rincón.

“La impunidad de los ricos nos hace más mexicanos porque nos hace más sufridos y aguantadores”

Menciono ejemplos recientes, y no por el afán de promoverlos que ni falta les hace: Arturo Montiel, ex gobernador del estado de México; los hermanos Bribiesca Sahagún; el gobernador de Puebla, Mario Marín; el gobernador de Oaxaca, Ulises Ruiz; el empresario Carlos Cabal Peniche, el empresario y casi político Jorge Hank Rhon, el empresario Kamel Nacif…
¿Qué les ha pasado? Fuera de Kamel, que ya no conseguirá la portada de revistas o suplementos de sociales, los demás combinan el éxito social con el auge de su desprestigio. Pero todo lo compensa el aura triunfal, esa sensación de que la ley les hace lo que el viento a las finanzas, lo que el viento a las comidas en Polanco. Una y otra vez lo repiten desde sus fotos de sonrisas de burla y desdén: si el dinero es la medida de todas las cosas, entonces por favor, ustedes los críticos y los promotores de las denuncias, sepan que nomás no la hacen. Si se fijan bien, la mala fama es casi la única fama disponible en la cumbre.
Friéguense, chatos. ¿Qué no han percibido que pasan los siglos y en una cosa la sociedad no cambia ni puede cambiar: el poder y el dinero son exactamente lo mismo, y mientras dure esta santa alianza, los críticos y las pruebas contundentes de latrocinio y estafa y el resentimiento en la moral y lo que ustedes quieran y gusten, simplemente, ni en cuenta. Aquí viene la liturgia: exigimos juicio político, demandamos una fiscalía especial, que se envíe el caso a la Suprema Corte de Justicia… Y de nuevo el vacío, y los gritos de ¡justicia! se vuelven rumores histéricos, y las denuncias se aletargan en la desesperación.
Porque, ¿para qué se hicieron los grandes bufetes de abogados penalistas, de especialistas en derecho fiscal, de magos del amparo? ¿Con qué objeto se inventaron las conciencias adormiladas en las secretarías de Estado, y allí quédate?

¿Para qué se inventó la realidad si no para ponerla a salvo de la demanda de justicia?