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13.9.08

Dos siglos de adolescencia


El Universal
13 Septiembre 2008
www.macario.com.mxProfesor del ITESM-campus Santa Fe

Dos siglos de adolescenciaEs nacionalista lo rural, no lo urbano; lo indígena, no lo europeo. México es comecuras, pero católico; es decir, medieval y guadalupano
Macario Schettino El Universal México, DF Jueves 11 de septiembre de 2008
Estamos ya en vísperas del bicentenario de la Independencia. Incluso podríamos festejar este año los 200 del primer intento de independencia que, por unas horas, nos separó del Imperio Español.

Pero más que festejar, podríamos aprovechar la fecha para tratar de entender qué es lo que no nos gusta de nuestro país. Porque hay muchas cosas que no nos gustan, y de las que despotricamos cotidianamente. Nos molesta el tráfico, la informalidad, la piratería, la corrupción, la incompetencia de las autoridades, el abuso de los empresarios, la pereza de los empleados, y para no dejar de quejarnos, despreciamos a los futbolistas que no pueden ganar un Mundial y a los atletas que no traen medalla de las Olimpiadas.

El caso es que nos quejamos de todo y de todos, sin percatarnos, claro, de que somos parte de esos todos. Los demás de los demás, como dice la canción. Nos quejamos en los otros de lo que frecuentemente hacemos: brincarnos la cola en los trámites, estacionarnos en donde no se debe, pero sobre todo incumplir la parte que nos toca. Nos festejamos cuando no pagamos impuestos, pero nos quejamos de que el gobierno no tenga recursos para las inmensas necesidades que tenemos. Y por eso acabamos mejor culpando a la corrupción de lo que es claramente el mayor caso de evasión del mundo.

Pero esta actitud quejumbrosa no es novedad. Vea usted esta opinión, de hace unos años: “Nuestra mayor dificultad la ha constituido el hecho de que el pueblo no se preocupa lo bastante acerca de los asuntos públicos como para formar una democracia. El mexicano, por regla general, piensa mucho en sus propios derechos y está siempre dispuesto a asegurarlos. Pero no piensa mucho en los derechos de los demás. Piensa en sus propios privilegios, pero no en sus deberes”.
Lo dijo Porfirio Díaz, justamente hace 100 años, en la entrevista que concedió a James Creelman y que resultó el preámbulo de su caída.

Este renegar de los demás tiene su contrapartida en la admiración, secreta o explícita, que profesamos los mexicanos por el exterior. Nos parece más verde el pasto del vecino, como a todos, pero tal vez en mayor medida gracias al rechazo que tenemos por nosotros mismos. Así, envidiamos (que no admiramos) los éxitos deportivos de Brasil o Cuba, el poder económico de Estados Unidos, la cultura y forma de vida de buena parte de Europa, y más recientemente los grandes crecimientos de Corea, China e India. Y en nuestra envidia, no percibimos que Brasil es todavía más desigual que México y Cuba mucho más autoritaria, que Estados Unidos está lejano de ser un paraíso, lo mismo que Europa, y que los países asiáticos, que sin duda van mejorando, son todavía más pobres que nosotros, algunos de ellos mucho más.

Es decir que podríamos, igualmente, festejar que somos más exitosos que Brasil en educación, lucha contra la pobreza, competitividad y tantas otras cosas; que tenemos un régimen de libertades y una democracia que los cubanos festejarían; que mantenemos un tejido social y una solidaridad que no es fácil de encontrar en Europa o Estados Unidos; y que la vida en México es mucho más fácil que la que tienen que vivir los chinos, indios o coreanos.

Pero nosotros no reconocemos los logros, sino que enfatizamos los fracasos. No tiene otra explicación que festejemos las derrotas, y no las victorias. Celebramos el 16 de septiembre de 1810, el levantamiento de Hidalgo, que acabó pocos meses después en un baño de sangre y del que no surgió la Independencia. Celebramos el 5 de mayo de 1862, la batalla de Puebla en que Zaragoza derrotó a los franceses... que pocos días después tomaron control de prácticamente todo el territorio nacional.

Celebramos el 20 de noviembre de 1910, la revolución de Madero, que poco tiempo después daría paso a la verdadera guerra civil. Celebramos a tantos héroes que perdieron: Hidalgo, Morelos, Mina, Guerrero mismo, Zaragoza, Madero, Zapata, Villa, y hasta los niños héroes, inexistentes pero derrotados. Tal vez sólo Juárez y Cárdenas puedan considerarse al mismo tiempo victoriosos y celebrados.

A partir de la Revolución, nuestra confusión alcanza niveles aún mayores: Es nacionalista lo rural, no lo urbano; lo indígena, no lo europeo. México es comecuras, pero católico, es decir medieval y guadalupano. México dice ser liberal, democrático y federal, pero en la realidad es comunitario, autoritario y centralizado. Desde entonces, todo aquel que se atreviera a criticar a indígenas y a campesinos, a maestros rurales, a la virgen de Guadalupe, al presidente centralista, a Pemex, era inmediatamente calificado de antipatriota, de extranjerizante, que en esa sociedad cerrada era el peor insulto. Como México no hay dos, y quien no es mexicano no es nada. Porque la xenofobia completaba ese discurso patriotero.

Hay, a la vez, pocos y muchos trabajos intentando entender la forma de pensar del mexicano. Desde Samuel Ramos y Aniceto Aramoni, pasando por Octavio Paz y llegando en tiempos recientes a Roger Bartra o a los primeros estudios cuantititativos sobre los valores de los mexicanos, tenemos ya una bibliografía de la cual partir. Pero es todavía poco lo que podemos tener claro.

Compartimos con América Latina un conjunto de valores y creencias que tienen su origen en los dos siglos y medio de colonia Habsburgo, y que se complementaron con una historia similar de enfrentamiento a Estados Unidos, de intentos de crecimiento y de construcción de regímenes corporativos que nos han impedido entrar en la modernidad.

Precisamente por ello, nuestros países no han logrado adoptar los valores propios de la democracia, ni los que corresponden a la competitividad. La colonia y el difícil arranque nos convirtieron, a la vez, en xenófobos y en malinchistas: no queremos al extranjero, a masiosare, pero envidiamos su país. Porque no nos queremos nosotros, ni a nuestro país. Porque nos parece insoportable que alguien tenga éxito en éste, que debe ser el páramo de la mediocridad. Porque, en el fondo, no queremos aceptar que la libertad, el éxito económico, el bienestar social, sólo pueden ocurrir cuando nos hacemos responsables de ellos.

Y es que la responsabilidad no es lo nuestro, porque eso es sólo de adultos. Y nosotros no lo somos. Somos los infantes permanentes, los subordinados que esperamos la dirección del jefe, los adolescentes perpetuos que necesitamos un padre autoritario que nos guíe.
Si México no nos gusta, es porque a los adolescentes no les gusta nada. Los adolescentes quieren, envidian, pero no pueden hacerse responsables. Son extraños para ellos mismos y para los demás, por eso no les gusta nada. Después de dos siglos de Independencia, va siendo tiempo de que México deje de ser un país de adolescentes caprichosos e irresponsables y se transforme en la nación de ciudadanos que merece ser. Pero eso sólo podemos hacerlo nosotros.